27 de julio de 2011

Fuego

Hoy mi madre se levantó empeñada en quemar un árbol seco situado a la puerta de nuestra casa, en la vía pública. Había cogido un rastrillo y comenzó a juntar la hierba seca que fue amontonando junto al árbol, más seco todavía. Me dijo que lo iba a quemar. Le comento que no puede quemar nada porque está prohibido. Bueno, me dice, pero si no es nada, cuando se calme el viento. De ninguna de las maneras, le digo, tú no vas a quemar nada. Yo estaba entretenida regando un almendo que ha nacido, espontáneo, junto al árbol seco y que tiene cuarenta almendras. Las ha contado mi madre. Yo regaba el almendro como digo y cuando me doy la vuelta, veo que mi madre ha prendido fuego al árbol y el fuego comienza a extenderse por la hierba seca y amarilla. Por Dios, mamá, ¿qué haces? le digo mientras corro aterrorizada hacia el interior de la casa para sacar una manguera. Vuelvo con ella gritándola y asustadísima pues hacía viento y el fuego comenzaba a extenderse por la hierba como la pólvora. Mi madre, sin hacerme caso, sigue con el rastrillo haciendo montoncitos con la hierba que ardía sin parar. La manguera en mis manos iba de acá para allá intentando que el fuego no se extendiera pero, al mismo tiempo, dejaba que el seco arbolito se quemara. Mi madre estaba enfurecida porque no la dejaba hacer lo que quería.
Pasó una mujer y nos dijo que no se podia hacer eso, que estaba prohibido, que podían denunciarnos. Ya lo sé, le dije, dígaselo a mi madre a ver si se entera. Claro, me dice, es que tu madre cree que las cosas son como antes que, cada cual, quemaba rastrojos donde quería, hoy no se puede pues le pueden poner una multa enorme. Apáguelo enseguida, la guardia civil puede pasar en cualquier momento.
Me convertí en una apagafuegos efectiva. El fuego fue extinguíendose poco a poco y el arbolito sucumbió ante dos certeros golpes que le di con un azadón. Sólo quedó una porción de árbol de unos quince centímetros. Mi madre entró en casa y seguía refunfuñando. Me había quitado la manguera aunque todavía el suelo echaba humo. Con dos o tres calderos de agua, conseguí que desaparecieran todos los focos humeantes.
Yo me fui a bañar para relajarme y para disfrutar del agua. Al volver mi madre me dijo que se había despanzaurrado en el suelo con una silla. Me dijo que le dolía un poco el pecho. Le contesté que eso le había pasado por ser tan bruta y tan cabezona. Todavía me dijo: ¿qué sabrás tú de estas cosas?
Mi madre está bravía.

21 de julio de 2011

Con mis cosas

Tengo abandonados mis blogs, apenas los visito. Hace algún tiempo que tampoco escribo en Plumas. Estoy medio vacía. No llamo a casi nadie por teléfono. Me hago, cada vez, más periférica. Huyo de la gente como de la peste. Me encuentro siempre o por la orilla del Duero, por el Bosque de Valorio, en mi refugio del pueblo, junto al embalse recibiendo el viento en mi rostro y, siempre, acompañándome a mí misma. Y he de reconocer que me hago una gran compañía.
Hace un par de días vi un apareamiento de patos en el Duero. Nunca lo había visto. En un principio me pareció que un pato estaba enganchado a algo (ya lo creo que estaba enganchado) que no le permitía desasirse. Su cabeza, roja y brillante, entraba y salía del agua como para tomar aire. A veces aparecía junto a la cabeza algo blanco que no acertaba a adivinar qué era. Al cabo de unos momentos aquello blanco emergió por completo a la superficie y apareció la pata. Había estado todo el tiempo debajo del pato dentro del agua. Sólo sacaba la cabeza (lo blanco) para respirar. Una vez que la pareja se me apareció nítida, sin equívocos, la pata se sacudió violentamente, como hacen las cigüeñas en la torre de la iglesia frente a mi casa. Son muy curiosos los apareamientos de las aves. Tienen cierta gracia la sacudida de "ellas", como para quitarse el polvo de encima. Y nunca mejor dicho, dicho en el argot más hortera. En fin.
Escribo a matacaballo, casi por obligación, como penitencia, para no perder la costumbre. Me cuesta mucho unir palabras, hacer frases, ser coherente. No sé si es por que me voy haciendo mayor o porque mi madre me preocupa, aunque su cáncer lo lleva como una medalla, como un galardón, vamos. Si no fuera por los dolores que la acucian de vez en cuándo, se diría que está pletórica, guapa y luminosa. Voy a dormir con ella muchas noches. Ya no queremos que se quede sola pues hace unos días se cayó estando sola y estuve más de media hora para levantarse. No nos llamó. Ella es fuerte. Se dio un golpetazo en el costado y está muy resentida. Por las tardes suelo llevarla a nuestro pueblo. Allí mira dos matas de tomates que plantó y se entusiasma con los tomatitos que van saliendo. Ayer cogió dos, uno me lo dio para que lo probra. Estaba buenísimo. Lo comí tal cual, lavado y a la boca. También ha sembrado tres matas de calabaza y una patata. No dejamos que siembre más cosas pues se esfuerza demasiado. A ella le gusta cavar la tierra, arrastrar, conducir las rebeldes guías de las parras. A mi madre le gusta remeger y ordenar. Le gusta cocinar, regar, le gusta todo lo que le gusta a las mujeres de su casa, como decimos en mi tierra.
He venido aquí para evadirme un poco de mí misma. Ay que ver, que pesadita soy con mis cosas.

17 de julio de 2011

La buhardilla

Mi cabeza, en estos días, se parece a una lavadora centrifugando. Oscilan las ideas, revolucionadas, escurriendo cada gota de mis pensamientos. Ayer subí a mi buhardilla para buscar unas fotografías de El Líbano. Esta semana quiero escribir algo sobre ese país tan fascinante. Ya tengo enviado el texto al periódico pero tengo que buscar las fotos. Cuando lo visité, todavía no usaba cámara digital y sé que guardo varias imágenes en papel de aquél país, pero mi buhardilla se me resiste y no sé cuándo voy a decidirme a ponerla en orden. Me mudé a vivir a mi actual vivienda hace siete años. Tiene cuatro plantas, con lo cual subo y bajo escaleras "tropocientas" veces al día. Dicen que subir escaleras es muy buen para el culo, que lo pone duro. No sé.
Hacemos la vida en las dos plantas intermedias, una la compone el salón, la cocina, un servicio y una hermosa terraza que da la piscina comunitaria. En la planta superior se encuentran los dormitorios, mi escritorio, donde tengo mi ordenador y dos baños. En la parte baja está el garaje, una bodega y un baño. Y en la parte superior, la buhardilla, ah, la buardilla, cuántas horas me lleva pensar en ella porque la buhardilla es una verdadera y enjundiosa asignatura pendiente. Cuando nos mudamos se subieron varias cajas repletas de cosas: libros, papeles, agendas, portaretratos y mil zarandazas. Hice construir por los laterales estanterías blancas con cajones y compartimentos para colocar fotografías, recortes de prensa, álbumes, y todo lo que no se usa habitualmente. Han pasado estos siete años como digo y la buhardilla se ha convertido un auténtico caos. No encuentro el momento de ordenarla. Cada vez que viajo me regalan varios libros, infinidad de documentación de los diferetnes países, como mapas, guías, pequeños artilugios artesanales, etc....y todo va a parar a la buhardilla. La escalera, muy empinada hay que subirla agarradas las manos a los peldaños y para bajarla hay que hacer lo mismo, aferrarse a los peldaños con ambas manos, es decir, de cara a la escalera. Es peligrosa. Fue un error pero ahí está. De momento nunca nos hemos caído. Aunque yo sí me he caido dos veces por la escalera normal, por la que subo y bajo a diaro cientos de veces. Resbaló mi zapatilla de suela al pisar, tras haberse fregado y caí, una vez de costado y otra hacia atrás. No me desnuqué de milagro. Suerte que tengo buena musculatura y reflejos.
Pero sigo, en la buhardilla sólo acudo para dejar cosas, sin orden ni concierto. Por tanto hay montones de bolsas con sobres con fotos, maletitas, maletas, muebles que no uso y todo en desorden. Me llevaría meses ponerla en orden y no tengo tiempo. Dios mío, el tiempo. Mi cabeza ya no puede asumir tantos proyectos y tantas cosas como quiero hacer. Para colmo ahora no tengo asistenta a diaro como hace años cuando trabajaba y tenìa a mi niña. Ahora cuento con una señora que viene una vez por semana a hacer que limpia y no limpia nada. Tengo que replantearme algo muy serio con la buhardilla. Sobre todo, he de buscar mis fotografías, hay cientos de ellas, tal vez miles, seleccionarlas y clasificarlas como Dios manda para encontrar lo que busco, como ahora intento buscar las de El Líbano.
Querría viajar a Montevideo en Septiembre para participar de unas jornadas literarias sobre Saramago, he de desarrollar una comunicación y he de mandar el resumen en estos días. Ayer, al fin, me vino la idea de lo que quiero escribir. Ocurren casualidades en nuestra vida que nos iluminan y creo que estas casualidades me van a ayudar. He asistido no hace mucho a unas jornadas que organiza una entidad hispano portuguesa. Una pelicula sobre Lisboa y un documental sobre la vida de Saramago y Pilar, donde he descubierto al hombre, al amante, a ese hombre que toda mujer querría encontrarse para compartir la existencia. Una amiga me manda, por casualidad, un archivo de esos que nos aburren tanto y que cerramos al verlos. Lo siento, soy muy selectiva y sólo abro los que, creo, van a aportarme algo. El archivo, precisamente, era sobre Saramago y sobre pensamientos del ensayista que se han recopilado. Maravillosas frases que me van a servir a mí de hilo conductor para elaborar mi propio ensayo. Ayer, en el jardín de mi casa del pueblo ya empecé a escribirlo. Hace un par de días me regalaron un libro suyo, "Caín", otra casualidad que viene a unirse a mi proyecto. Es interesante la exposicíón que hace Saramago sobre el orígen de la Creación, sobre el pecado, sobre Caín y Abel. Es asombrosa la portentosa imaginación de su autor para narrar unos hechos que a los católicos no son tan familiares.
Mis proyectos siguen girando dentro de mi cabeza: la enfermedad de mi madre, los compromisos con los medios donde colaboro, decidir el tema sobre el que quiero escribir, elaborarlo. Pensar en mis próximos viajes, combinar fechas para que no coincidan con otras cosas. Ir aquí y allá, hacer ejercicio y, cómo no, pensar en mi buhardilla que me trae a mal traer. Y luchar contra mi propio yo, que ya es decir.

5 de julio de 2011

La lentejuela

Hoy de buena mañana acudí a mi ginecólogo para hacerme una citología. Al ginecólogo lo sustituyó una matrona. Me dice que si no tengo ningún problema que no tengo que hacerme nada. Ah, le digo: claro que no tengo nada, pero hace mucho tiempo que no me hacen una revisión y quiero hacerla. Me dice que a partir de cierta edad que no hace falta. Pues sí, oiga, le digo, claro que hace falta, ¿para qué está, entonces, la medicina preventiva?.
Tras una breve conversación me dice: quítese la braga y póngase ahí.
Antes de acudir a la cita, me duché como es de rigor, muy bien duchada, escrupulosamente duchada, como es de rigor en estos casos.
Nada más acercarse la matrona, colocada yo de la guisa pertinente, me dice: "Huy, tiene ahí una lentejuela" ¿una lentejuela?. Bueno, no exactamente, una cosita metálica y brillante. Pensé inmediatamente en el collar que llevé el día anterior y que se rompió por uno de los hilos trenzados que hizo que se deslizaran por mi cuerpo desnudo varias de esas lentejuelas, que no lo eran, sino, unas minúsculas partículas metálicas brillantes. Ella, la matrona, mujer al fin, entendió lo del collar y lo de la "lentejuela" que, pese a mi escrupulosa ducha, había quedado ahi.
Salí de la consulta con una risa boba en la boca y con mi imaginación presta a construir una historia pseudoerótica.
Había quedado con mi amiga para pasear por el río y después para darnos un baño en la piscina. Nada más verla le cuento lo de la lentejuela. No caía e interpretaba que la lentejuela era un grano. ¿Un grano? No, nada de grano, una lentejuela, en sentido literal, una lentejuela brillante que había ido a parar allí mismo. Las carcajadas podían oírse de lejos.
Recordé, y le conté, cuando, en cierta ocasión, en un restaurante, mientras yo comía un pimiento relleno encontré un hueso de aceituna pelado. Me dio tanto asco que no pude seguir comiendo mientras imaginaba cómo habría ido a parar a aquel inocente pimiento el hueso de aceituna descarnado. Lo saqué con cuidado de mi boca sin que mis acompañantes de mesa se enteraran y lo dejé en el plato.
El día prometía jolgorio y distensión, pero terminó con una sensación de desasosiego en el alma al comprobar que la soledad va escalando, pasito a paso, por nuestro interior y se va apoderando de lo que somos. Hubo un tiempo en que las relaciones eran una piña. Se hacía piña con la familia: con los hermanos, con los primos, con los tíos. Se hacía piña con los amigos, con la gente que nos rodeaba. Hoy, vivimos encapsulados, enjaulados en nuestros pensamientos. Y si los compartimos con alguien cercano comprobamos con amargura que somos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que decimos.
Y en esas ando yo.